Según Lee McIntyre (2018), la posverdad es “lo relativo a circunstancias en que los hechos objetivos tienen menos influencia para definir la opinión pública que apelar a la emoción y a las creencias personales”. Es decir, importan más las emociones que los hechos.
Como apuntan Roberto Aparici y David García-Marín es su libro La Posverdad: Una cartografía de los medios, las redes y la política, la sociedad de la posverdad es muy compleja. Es un entorno en el que estamos desbordados por la cantidad de información que recibimos, no sólo a través de medios de comunicación tradicionales y digitales, sino a través de las redes sociales y la Web 2.0, donde el rigor informativo dista de tener relación sistemática con la realidad. Influencers y usuarios de redes sociales inundan con opiniones basadas en emociones estas redes, sin interpelar a la razón y basándose en “lo que recuerdan” o “una imagen que han visto”.
Toda información que podemos encontrar en nuestras redes sociales puede estar sujeta a haber sido deliberadamente manipulada o puesta en un falso contexto para perseguir unos intereses concretos. Las fake news, los bulos, los deepfakes (ver vídeo abajo), la manipulación de fotos o los falsos contextos entran en el rango de la desinformación, que campa a sus anchas por internet, y muy especialmente a través de las redes sociales. Uno de los mayores peligros de la posverdad es que el 60% de la población no sabe reconocer cuando una noticia es falsa (Pew Research Center, 2016), lo que genera una confusión tremenda en la sociedad.
Otro riesgo que corre la sociedad de la posverdad es la tendencia actual de las instituciones de control a distorsionar deliberadamente las realidades sociales, con el propósito de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes ciudadanas. El poder va construyendo nuestra forma de pensar a través de la exposición de una perspectiva concreta hacia unos datos objetivos, que una agrupación política de otra ideología puede utilizar con otra interpretación. De esta manera, la sociedad tiene muy difícil reconocer la veracidad de los hechos objetivos debido a las múltiples interpretaciones a las que están sujetos. En este sentido, sne han creado iniciativas para educar en este ámbito y que las futuras generaciones esté preparadas para hacer frente a la posverdad y las fake news. Un ejemplo es el proyecto que realizamos en el Máster de Comunicación y Educación en la Red de la UNED, 'Fake Hunters'.
Un tercer riesgo de la posverdad es que, “si aceptamos con indolencia que nuestros juicios tengan como criterio de corrección lo que alguien siente o lo que las emociones le dictan, corremos el riesgo de alienarnos de la realidad” (McIntyre, 2018). Es decir, nuestro criterio no debería estar definido por las emociones de otros, sino por el rigor intelectual (un paso más que el pensamiento crítico) que debemos desarrollar al desenvolvernos en esta sociedad inundada por la posverdad. Todos y todas somos víctimas de la posverdad y estamos sujetos a sucumbir a nuestros sesgos cognitivos, y por ello, no sólo debemos estar predispuestos a dudar de la información que recibimos, sin también a saber enfrentarnos con claridad a la mentira y al engaño.
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